Este artículo lo escribí, mientras corrían tiempos de confinamiento en nuestros domicilios debido a la pandemia de la COVID-19 que afecta a todo el planeta, la cual no sólo supone un riesgo para nuestra salud, sino que también amenaza con cambiar muchas de las cosas tal y como las conocíamos hasta entonces, de hecho, ya se han producido cambios en el comportamiento de los consumidores y usuarios a raíz de esta pandemia, cambios que en algunos casos apuntan a que se van a perpetuar en el tiempo.
Llevamos más de un año de pandemia, y es una realidad que el miedo al contagio del virus ha llevado a una parte importante de personas a dejar de utilizar dinero en metálico en sus compras cotidianas, ante la posibilidad de que el coronavirus circule en las monedas y billetes, con el consiguiente riesgo de contagio que supone. Existen estudios que analizan el tiempo de permanencia del virus en el cobre de las monedas o en las fibras de algodón de los billetes, por lo que las personas han pasado a utilizar mayoritariamente sus tarjetas de crédito para todo tipo de compras presenciales, la tecnología contactless ayuda mucho en esto, como también el desarrollo del pago con móvil, que reducen a la mínima expresión el contacto físico.
La presente crisis, a diferencia de la pasada de 2008, no manifiesta una mayor demanda de dinero efectivo, incluso algún artículo hace referencia a la caída de la demanda de retirada de efectivo de los cajeros automáticos de Reino Unido o de España, que justo hace un año, en marzo de 2020 cayó un 68%.
Esta mayor utilización del dinero electrónico frente al efectivo ha motivado que los medios de comunicación se hayan hecho eco de la posibilidad de que se adelante o se pueda alcanzar en un momento más próximo del que inicialmente pudiera parecer, la desaparición del dinero tal y como lo conocemos, incluso ayuntamientos como el de Valladolid han suprimido el pago en metálico en el servicio urbano de transporte. Adiós monedas y billetes, lo cual a priori podría suponer todo comodidades y bondades en el intercambio de bienes y servicios para todos los roles que actúan en la economía: consumidores, ahorradores, familias, negocios, empresas, banca o Estado.
Pero veremos que, lejos de parecer un simple cambio del medio de pago o de mentalidad, una posible desaparición del dinero en efectivo tiene un alcance y posibles consecuencias mucho mayores de lo que a priori podría parecer, ya que no todo son ventajas para los distintos agentes económicos, incluso puede llegar a tener efectos adversos para todos ellos, hasta para aquellas partes (los Estados) que dé inicio podrían estar más interesadas en un libre mercado con dinero electrónico como único medio de pago. Cabe presuponer que en poco beneficia a familias y consumidores, más allá de la comodidad, siendo los más favorecidos el Estado y la banca, por aquello de la transparencia y mayor control de la economía o la desaparición del dinero negro, pero realmente ¿estos dos últimos resultarían tan beneficiados?, puede parecer que sí, pero una reflexión más profunda genera serias dudas.
Para las familias y consumidores, el mero hecho de no pagar las compras con dinero tangible y hacerlo obligatoriamente mediante tarjeta o móvil, fuera a parte de la antedicha comodidad y rapidez a la hora de pagar, puede provocar un incremento en las compras impulsivas. Por todos es sabido que se gasta más “alegremente” cuando se paga con tarjeta, y que en compras importantes “duele” más desprenderse de los billetes, que si se hace electrónicamente, lo cual puede llevar a una pérdida del control presupuestario de la economía doméstica, se trataría de un elemento incitador del consumo, propiciando la toma de peores decisiones financieras en los hogares. Pero también y muy importante, implica una pérdida total de la privacidad.
Adiós monedas y billetes, lo cual a priori podría suponer todo comodidades y bondades en el intercambio de bienes y servicios para todos los roles que actúan en la economía.
El pago de todas las compras de productos y servicios de forma digital, supone que se le esté facilitando información relevante al banco sobre el comportamiento del titular, todo queda registrado: preferencias, gustos, aficiones, estilo de vida, y un largo etcétera. Toda esta información en el transcurso del tiempo y en poder de la entidad financiera, conlleva que ésta conozca a su cliente muchísimo mejor de lo que él mismo se conoce. La combinación de esta información y además de forma masiva y casi infinita, supone que se trate de datos sensibles, así recogido en el Reglamento General de Protección de Datos de ámbito europeo, y a través de técnicas de Big Data es inimaginable la cantidad de información sin anonimizar que se puede obtener, así como el perfil personal del cliente. A nadie interesa que su entidad bancaria conozca donde toma café, hasta que hora de la noche ha estado de copas, o si después repostó combustible. Algo cotidiano, pero además aporta lo ocasional o habitual en el modo de vida del cliente. El banco podría detectar cambios en el comportamiento de sus clientes. Conozco quien dice: “A mí no me importa que conozcan esa información. No tengo nada que ocultar”, aunque, si por ejemplo se tienen hábitos nocturnos o no muy saludables, seguramente que el banco lo tendrá muy en cuenta a la hora de renovar el seguro de vida o la póliza del vehículo que pudiera tener suscritos. Seguro que ahora esta persona tiene más interés en que esa información continúe siendo privada. Mención aparte merece la tipología de servicios y productos que podrá crear y ofrecer la entidad financiera “ad hoc”, fruto de los datos extraídos según comportamientos de compra y preferencias.
Por otro lado, tenemos a las personas mayores, quienes son más reticentes a la utilización de soportes electrónicos, y ni que decir tiene a la parte más vulnerable de la población, aquellos individuos que están fuera del sistema, bien por situaciones de pobreza extrema o inmigración, quienes quedarían en serio riesgo de exclusión financiera, abriendo una brecha social aún mayor. Todos ellos, por una simple cuestión de humanidad y sensibilidad, deben ser tenidos en cuenta, dándoles cabida en un hipotético mercado electrónico único.
A la vista de lo que acabo de exponer, ¿conviene que desaparezca el “cash”? Decisivamente no.
En otro orden, actos tan cotidianos como las propinas (desde la altruista que se deja a un camarero, a algo más tierno como un abuelo para con su nieto) o el cepillo en la Iglesia, no escaparían al deber tributario y a buen seguro tendrían su gravamen sobre la renta e incluso podrían llegar a tributar IVA.
Resulta evidente que una economía en la que sólo sean aceptados medios de pago electrónicos, permite al estado un fuerte control de las transacciones económicas: cobros, pagos, ingresos, retiradas. Todo. Lo primero que se puede pensar es, que se acabó el dinero negro, comisiones fraudulentas, compraventas eludiendo el abono del IVA o plusvalías, ejercicio de actividades en el mercado negro, abono de parte salarial sin declarar, etc. puesto que todos los movimientos del dinero están trazados y sería imposible la evasión fiscal, posibilitando de este modo un sistema estatal más justo y homogéneo, en el que todos, empresas, trabajadores y consumidores paguen impuestos en la proporción adecuada y real conforme a sus beneficios, ingresos y actividades, sin que nadie escape a sus obligaciones tributarias. En principio en este escenario ideal, el Estado resultaría reforzado e incrementaría su poder recaudatorio y como garante de la tan escuchada últimamente “justicia social”, ahora bien, insisto: escenario ideal, ya que el deseo de maximizar los beneficios, evadir impuestos, en definitiva, de tener más dinero por parte de la población y empresas, a buen seguro que acarrearía una utilización exponencial de las criptomonedas para huir de ese control, produciéndose un trasvase desde las monedas oficiales hacia estas criptomonedas, que hoy en día ya existen y se utilizan en Internet, pero con toda seguridad incrementarían su número y demanda, con una cotización propia más poderosa en los mercados internacionales, incrementando su dominio, con posibles devaluaciones y revalorizaciones según convenga, lo cual produciría una nueva fuente de ataques al dinero fiduciario y economías de países para hacerlas más o menos vulnerables en función de intereses poco éticos de terceros o en posibles guerras comerciales. Interesante el escenario que aquí se podría forjar.
Por su parte la banca y las empresas quedarían totalmente expuestas ante un fallo masivo de tipo hardware o software, una posible caída de la red eléctrica o ante ataques informáticos producidos por hackers, que acarrearían una caída temporal más o menos larga de sus sistemas, paralizando el comercio y todo tipo de transacciones off y online. Serían impensables las consecuencias, ya que ni siquiera se podría vender cualquier producto esencial y cotidiano que se tenga por costumbre adquirir a diario, al no disponer de forma temporal de dinero con el cual abonar la compra. Al tener la banca todo el dinero circulante en su poder, no existiría la posibilidad como hoy, de que la población tenga su dinero bajo custodia (en mayor o menor cantidad), por lo que podrían imponer tasas o intereses a los que irremediablemente los usuarios deberían hacer frente. ¿Por qué no aplicar una tasa por cada transacción? Además, sería impensable que, en un escenario de tipos de interés negativos, el cliente pudiera retirar el dinero a su domicilio, aunque tal vez si pudiera transformarlo en criptomonedas, y “escapar”. La banca debería de someterse a una transformación importante, a la desaparición de la parte de negocio asociada al dinero en metálico, que entiendo no sería traumática, se suma la evolución de sistemas de pago electrónico, con el pago móvil como abanderado y futuros sistemas mediante parámetros biométricos. Más turbadora sería la entrada en acción de otros actores, como la aparición en la escena financiera de gigantes tecnológicos mundiales, como pueden ser Amazon, Alibaba o Facebook con sus propias criptomonedas, con las cuales operar en el mercado al margen las monedas convencionales u oficiales y compitiendo con la banca tradicional y los Estados, en el mercado económico ofreciendo otro tipo de servicios y ventajas.
A la vista de lo que acabo de exponer, ¿conviene que desaparezca el “cash”? Decisivamente no.
Entiendo que aún tendrán que convivir largo tiempo el papel moneda, tarjetas, pagos móviles y quién sabe si futuros medios de pago que estén por venir, como los biométricos, ya que las consecuencias reales de la desaparición del efectivo podrían no gustar a ninguno de los agentes económicos y ser contraproducentes por sus efectos adversos, y aunque ha pasado prácticamente un año desde cuando escribí el texto original para la revista impresa Castilla y León Económica, y además según los últimos datos, la utilización del efectivo está perdiendo peso frente al dinero electrónico, sólo me resta decir que mi opinión no ha cambiado.
Fotografía de Rafael Cabezudo Lombraña